La hermosa cabeza de este joven, que por sus dimensiones debió pertenecer a una escultura algo superior del tamaño natural de una figura humana, aunque con faltantes en la zona de la nariz y escoriaciones en los labios, impresiona por la calidad de la factura y el acabado de las facciones. En el ensortijado cabello se observa la huella del lugar que debió ocupar una cinta o corona —quizás de bronce dorado- otorgada a los vencedores en las competencias deportivas. Se trata de un atleta victorioso en el momento supremo del anhelado triunfo y en cuyo rostro se observan, junto con la emoción del momento, señales de la fatiga producida por el esfuerzo físico realizado. Pieza preferida del Conde de Lagunillas quien se refería a ella con orgullo como un original de Scopas, presenta características —tales como los ojos hundidos bajo protuberantes arcos superciliares y cierto aire melancólico- que apuntan hacia una obra del afamado taller de este escultor o hacia una creación destacada de uno de sus discípulos.